Paz Padilla cuenta en 'Cuarto Milenio' su experiencia con una muñeca vudú de África: "Me decían: 'Es el demonio'. La tuve que quemar"

Si había un plató de Mediaset que le faltaba por pisar a Paz Padilla, ése era el de 'Cuarto Milenio'. Dicho y hecho. Allí que se plató para hablar de su libro, 'El humor de mi vida'. Y claro, si Iker Jiménez y Carmen Porter te invitan a su rinconcito, no es solo para tomarte un té tranquilamente...

Así que aprovechando el ambiente, nuestra Paz se arrancó a contar una experiencia personal al nivel de 'Expediente Warren' que nunca antes había desvelado.

Todo comenzó en una cena de Navidad de Mediaset, en la que se juntan todos los presentadores. Como le recuerda la Porter: "Tú te nos acercaste y estabas bastante preocupada con una cosa que te había ocurrido". Pero, ¿qué era?

Agárrate las faldas, que vienen curvas. Porque toda esta historia (más tenebrosa que el cambio físico de Leticia Sabater) arranca con el viaje que Paz Padilla hace con Jesús Calleja a Benín, en África. "Resulta que yo me traigo una muñeca vudú", recuerda Paz.

"Yo pensaba que a esas cosas les dabas importancia tú, la simbología que tú le pongas. Como yo no le ponía nada, digo: 'Esto es un trozo de trapo y no sirve para nada'", continúa relatando (aunque también podría ser el comienzo de cualquier película de miedo).

Así que la Padilla cogió la muñeca, se la llevó a Madrid y la puso en un altar. "Pero cuando a Antonio le pasa esto, una prima de mi amiga me dice: 'Le he echado las cartas y esto viene de África. ¿Tú no tendrás algo en tu casa de África?' Y mira, me vino la muñeca de vudú".

Para cagarse. Que a mí me sueltan esto y me falta tiempo para enviar a la muñeca por Correos de vuelta a África... Aunque ya era demasiado tarde. Así que, para deshacerse de todas las malas energías, tuvo que limpiar toda la casa con agua y vinagre. Que limpia se quedó, pero con olor a ensalada mixta también.

Además cuenta cómo a Antonio le puso cuatro vasitos de agua con sal alrededor de la cama: "Si hay espíritus malignos, sale una espuma y sobrepasa el vaso". "Yo hice todos los rituales habidos y por haber...", recuerda.

¿Y cuál era la mejor solución? Pues quitarse a la muñeca de en medio. "La tuve que quemar", afirma. El proceso era —más o menos— sencillo: quemarla en un barreño y "las cenizas tenía que tirarlas muy lejos".

"La muñeca mía era un hombre y una mujer atados con un tridente", nos describe. Vamos, que de Barbie tenía poco. "Me decían: 'Eso es el demonio'. Yo me cagué, Carmen", confiesa.

Pero la cosa no acaba aquí: "Quemé la muñeca vudú y vino un tornado de viento que hizo que las cenizas empezaran a volar", concluye. Aunque nosotros a estas alturas, de echar a correr y no haber parado, ya estaríamos por Finlandia.

¿Que qué aprendemos todo esto? Que si a partir de ahora se nos antoja una muñequita, que sea de Famosa. Y que si vamos a algún sitio de viaje, mejor traernos de recuerdo un imán para la nevera. Y chimpón.

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